Hermandad del Cachorro

SANTÍSIMO CRISTO DE LA EXPIRACIÓN

El Santísimo Cristo de la Expiración es de los últimos de los grandes Crucificados del barroco español. Representa el instante de su muerte, Cristo crucificado está vivo mirando a lo alto, desnudo y con el paño de pureza que sostiene una cuerda y descubre toda su silueta. Se trata de una de las figuras más perfectas de la imaginería andaluza, por dibujo, modelado, talla, policromía, verismo anatómico y magnífica expresión del rigor mortis.

Su ejecución se contrató notarialmente el 1 de abril de 1682 y el imaginero debía percibir por ella 900 reales, pero consta en otro documento que percibió 1.100 reales.

La talla está hecha en cedro real de Flandes y mide 1.89 m. Toda la imagen, que hincha el tórax y tensa los músculos en busca del último aliento, es movimiento y ritmo ascensional, pero «donde Gijón potencia el efecto barroco es en el paño de pureza… que resulta en extremo virtuoso”. Pormenoriza los pliegues, en aleteantes fragmentos, de fina lámina.

Contrato de hechura del Cristo

Su imaginero fue Francisco Antonio Ruiz Gijón nacido en Utrera en 1653. En 1660, la familia se trasladó a Sevilla. Con 15 años, en 1668, ingresó como alumno en la Academia de Pintura y Dibujo promovida por Bartolomé Esteban Murillo en la Casa Lonja. Allí recibió enseñanzas de dibujo escultórico por parte de Pedro Roldán, el más importante escultor de la Sevilla de la segunda mitad del siglo XVII.

El 3 de julio de 1669, entró como aprendiz en el taller del escultor Andrés Cansino y cuando este murió se hizo cargo del taller, terminando las obras inacabadas. Ocupó el cargo de mayordomo entre 1672 y 1674.

Agustín Sánchez Cid  lo restauró y consolidó los ensambles en 1940. En 1947 retocó la policromía el pintor Juan Miguel Sánchez. 

En 1973 un incendio que se produjo en su capilla destruyó la Dolorosa y dañó gravemente el costado, pierna y talón derechos del Cristo. También quedaron dañados el paño de pureza y la policromía, siendo restaurado por los hermanos Antonio, Raimundo y Joaquin Cruz Solís.

INRI

LEYENDA DEL CACHORRO

Extraído del libro “Leyendas, Tradiciones y Curiosidades Históricas de la Semana Santa de Sevilla”, de Vicente Rus y Federico García de la Concha.

Vivió en Triana un gitano, de los llamados castellanos nuevos, apodado “Cachorro”, quien atravesando cada día el puente de barcas, junto al castillo de San Jorge, llegaba a Sevilla.

Un payo residente en la ciudad vino a sospechar de este hombre, pensando que su visita no era por otro motivo que el de cometer adulterio con su propia esposa. Los celos llegaron a tales extremos que, cierto día, sabedor de la visita cierta del gitano a la venta Vela, lo esperó oculto. No hizo más que llegar, ajeno a la suerte que iba a correr, mientras sacaba agua del pozo que junto a la referida venta existía, le fue asestada siete puñaladas que le ocasionaron la muerte.

Se asegura que el escultor de la imagen del Cristo de la Expiración estuvo presente en el suceso y que tuvo oportunidad de presenciar la agonía del gitano Cachorro. Captó con la mirada el rostro de aquel moribundo en el instante de su muerte e hizo suya la expresión terrible que plasmó con toda naturalidad en la obra que en esos días estaba realizando.

La leyenda vino a completarse con la investigación llevada a cabo por la justicia en la que al fin se conoció la verdad. En efecto el gitano Cachorro visitaba cada día a una mujer, aunque resultó que esta dama era en realidad su propia hermana bastarda. El gitano, en el intento de mantener el secreto por temor a perjudicarla, dado su origen, había sido descubierto y acusado de aquellas erróneas intenciones.

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